Cuentos del Desván. Hoy Dorotea Fulde Benke.




Hoy le toca el turno a Dorotea y su bellísimo relato ganador del primer premio del Certamen de Canal Literatura de relato en 2008 (canal-literatura.com).
Su biografía la resume ella muy brevemente con estas palabras:
“Nací en Munich (Alemania) en 1953, y llevo dos tercios de mi vida en Torremolinos.
Soy traductora, me gusta tanto escribir como pintar o trabajar la arcilla. 
Mis autores favoritos son: Gabriel García Márquez, Hermann Hesse y Jane Austen.“
Su relato “Lazos y Raíces” fue finalista en el Certamen Hispano-Alemán 2008, y de ahí, entiendo, el título de su blog, donde últimamente está experimentando con una utilidad llamada slide, con lo que ha inventando algo que aún está sin bautizar pero viene siendo el slide-relato (no dejéis de echarle un vistazo).
La foto es de la entrega de premios de Canal-Literatura, donde nuestro Desván acapara finalistas (Felisa Moreno en tres ocasiones y Mercedes Martín Alfaya en dos) y ganadoras (Mercedes Martín Alfaya en 2007 y Dorotea Fulde Benke en 2008). La mala noticia es que creo que este año las van a vetar a las tres. Eso o darles el premio directamente ahorrándose el esfuerzo de buscar un jurado, votar…

Y ahora, bromas aparte, el relato:

EL NIÑO QUE NO PESABA. Dorotea Fulde Benke.
Mi padre se llevó el minúsculo cuerpo de mi hermano en una bolsa al bosque para enterrarlo. Bajando las escaleras flexionó y tensó varias veces el brazo con el que portaba la bolsa, pero por más que lo intentara no consiguió sentir el peso de lo que había dentro; era como llevar un poco de aire.
Se fue hasta la esquina donde estaba la parada, y no tardó en venir el tranvía que le acercaría al bosque de las afueras. Tan temprano, los pocos viajeros iban con gesto cansino al trabajo, dormitaban o leían el periódico. Para mi padre, sin embargo, todas las miradas se centraban antes o después en la bolsa que él llevaba del asa. Hubiera preferido cogerla en brazos para acunar a ese pequeño hijo suyo por primera y última vez, pero temía no poder contener las lágrimas. De modo que asía la bolsa torpemente, procurando que los acelerones y frenadas del tranvía no la hicieran chocar contra el borde de los asientos. Impaciente, contó las paradas hasta la más cercana del bosque, y cuando llegó, tuvo que vencer un fuerte impulso de quedarse en la plataforma posterior del vagón para continuar sin rumbo y sin separarse de lo que llevaba.
Con movimientos lentos bajó del tranvía y enfiló el camino hacia el bosque municipal. No veía a nadie en los alrededores y a medida que avanzaba entre los árboles, portando una bolsa con un hijo que no pesaba, notó que su cara se humedecía. Sin orden ni concierto le venían a la memoria los sucesos de la noche: pensó en el médico, que había asistido a mi madre en el aborto y cuando salió del dormitorio le entregó el bultito inmóvil de la criatura que había nacido tan pronto que no pudo vivir; en la comadrona, que le mandó a que fuera a llamar por teléfono a un médico porque algo iba mal; en el piso, que parecía demasiado pequeño para los jadeos y gritos contenidos de mi madre; en mi cara dormida cuando llevó a su pequeña hija grande de cuatro años a casa de la vecina; en la voz del médico, que le recomendó enterrar al niño en el bosque, sin más, porque si daba parte, las autoridades iban a interrogar a mi madre y a la comadrona por sospechar que el aborto fuera provocado. Sin darse cuenta mi padre había cogido la bolsa en brazos y apretaba el cuerpecillo sin peso contra su pecho. Aquí a la sombra de los árboles, donde nadie lo veía, podía mecerlo como había soñado durante los meses pasados, acariciando la barriga de mi madre e imaginándose con ella a un varoncito rubio de ojos azules como los suyos o a otra niña pelirroja como yo cuya primera infancia él se perdió porque estaba recluido como prisionero de guerra. Al pensar en las ilusiones truncadas de su mujer, siempre tan valiente y enérgica a pesar de todo lo que la había tocado vivir, le faltó el aire y tuvo que pararse. Acostumbrado por el asma a toses y ahogos, respiró profundamente y miró alrededor. Se había adentrado un buen trecho en el bosque. El camino apenas era un sendero agobiado por abetos, hayas y encinas que crecían muy juntos y no dejaban pasar la luz matutina. Dio unos pasos más entre los árboles y se detuvo. No tenía por qué continuar adelante. Con sumo cuidado depositó la bolsa entre las raíces de un abeto y sacó del abrigo una pequeña pala de hierro. Se agachó y empezó a cavar. El suelo blando y húmedo soltaba terrones que olían a hojas descompuestas y hongos. Aunque esa fragancia le reconfortara, le inquietaba la negrura del hoyo que se iba abriendo bajo sus manos. Siguió cavando sin dejar de pensar en la oscuridad que esperaba a su hijo, que dentro de poco debería haber abierto los ojos para disfrutar de la luz durante toda una vida. Oyó un sollozo y se sobresaltó pensando que alguien le había seguido. Pero era él mismo quien lloraba entre los susurros de hojas caídas, mientras el viento movía algunas ramas y las astillas secas se rompían bajo sus zapatos. Finalmente se irguió, abrió la bolsa y sacó a mi hermano envuelto en su toalla blanca, extraída de prisa de la canastilla hacía apenas un par de horas, y que sería para siempre su único atuendo. Le dio un beso en la cabecita, que asomaba entre los pliegues de la tela; luego volvió a taparlo bien y lo acostó en su cuna de bosque. De rodillas empezó a colocar ramitas y musgo alrededor, mientras pasaban por su mente rezos mil veces repetidos en sus años con los jesuitas. Ninguno le pareció apropiado, y sólo cuando el bultito apenas era visible ya entre terrones de tierra y hojas y agujas secas, consiguió pronunciar con voz quebrada una oración. Eligió dos ramas más grandes con las que formó una cruz que volvió a cubrir con el suelo esponjoso y maleable. Después alisó la pequeña tumba, aplastándola con fuerza para evitar que se descubriera por accidente o que alguna alimaña desenterrase al niño. Sabía que no convenía formar un montículo, pero sus manos se llenaron una y otra vez de tierra suave y húmeda, lo único que estaba a su alcance dar al pequeño.
De pronto escuchó una voz. Se levantó y sacudió su pantalón. Entre los árboles vio un hombre en una bicicleta que, seguido por un perro, se acercaba por el sendero. Aunque mi padre hubiera querido quedarse algo más, se fue instintivamente hacia un lado para que no se viera de dónde venía, aceleró el paso, saludó al ciclista y le siguió de lejos hasta la pequeña plazoleta de la parada de tranvía. En el trayecto a casa respiraba con dificultad y la bolsa que ahora contenía la palita le abrumaba porque pesaba más que antes.



Comentarios

Bueno, ya no comento más el relato de Dorotea que ya bastante hemos hablado de él...xDDDD,

Genial, genial, besos dorotea.

Mi pregunta es para Teresa,

¿te vienes este año para Murcia?=
Besos
Teresa Cameselle ha dicho que…
Es una invitación? Mmm tendré que pensármelo.

Jaja, lo cierto es que le tengo miedo a ese certamen, demasiado alto está el listón del Desván y yo a veces soy un poco cobardica.
Pero estoy pensando en ello. Voy a mentalizarme positivamente.
Ohmmm¡
XoseAntón ha dicho que…
¡¡¡Impresionate!!! No me extraña que ganara el premio; creo que ganaría en cualquiera presentase. Magnífico. Enhorabuena Dorotea y a ti, Teresa, muchas gracias por hacernos partícipes a los que hemos llegado tarde.

Bikiños
El desván de la memoria ha dicho que…
Sí, como el liston está tan alto, lo que hemos de hacer en Murcia es is a pasárnoslo lo mejor posible (que por algo es mi tierra). Yo, como cada año, voy sin expectativa de que gane nadie del Desván, ya que tener siquiera a algún finalista ya me parece muy meritorio. Pero como nos lo pasamos también allí, siempre ganamos algo: la experiencia, el viaje, amigos...
Así que, recordando a una gran película: pase lo que pase en los demás certámenes, siempre nos quedará Murcia...
Abrazos,
Ramón
Teresa Cameselle ha dicho que…
Ramón, si no es por no ir, que si hay que ir se va, jaja, que ya me gustaría compartir con vosotros un fiestón como el del año pasado (he visto las fotos).
Sigo pensando en ello, pero las ideas se me resisten.

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